Tras una tostada
mayúscula compartida entre cuatro en “Los Pinos” serpenteamos
las curvas de las viñas hasta llegar allí donde se encuentra la
cancela de “Los Escoriales” primero, y su antigua plaza de
tientas después. Aquella donde una tarde de junio ví tentar, mano a
mano, a Curro Díaz y Alberto Lamelas unas vacas pavorosas del hierro
de Germán Gervás.
El resto del camino me
lo conozco y lo que cada cercado aguarda, me lo sé aunque nunca haya
puesto un pie en varios de ellos. Volvía a recorrer esos caminos,
pero no para ir a un tentadero. Volvía a montear, y lo hacía en
“Los Monasterios”, allí donde tienen su refugio los Veraguas de
la provincia de Jaén de la familia Ortega. Una más de esas
emblemáticas familias trashumantes que llegaron desde Guadalajara y
en nuestra tierra se asentaron.
Apenas dos semanas
atrás conocía a Juan Ortega en una tertulia que mi amigo Javi Mora
había organizado en Martos. Y evidentemente a Juan allí me lo
encontré nada más llegar a la junta. Él es matador de toros, cosa
que seguro muchos de los monteros presentes desconocían. En
Pozoblanco, Ponce de padrino, y Manzanares por testigo, le hicieron
dar el paso al escalafón superior.
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Juan Ortega, matador de toros y ganadero con un ejemplar de mi libro |
No escondo que la
curiosidad me invadía por montear en aquella finca, y una cierta
sensación de estar haciéndolo en “Navalcardo” por compartir el
mismo entorno. Ese privilegiado rincón de nuestra provincia, donde
tantas historias se concentran a lo largo de todas las hectáreas del
que para mí es el verdadero paraíso interior de Jaén.
Daba la montería
“Serreños” y eso también me suponía un aliciente añadido.
Grupo nuevo, amigos monteros con renovadas ilusiones ante un proyecto
que va dando resultados, y montería a montería va definiendo su
identidad.
Tras la solemne Salve
de Jaime de Foxá a la Virgen de la Cabeza y un ¡Viva España!, que
seguramente sintieron hasta las ovejas que pastaban en “Navalentisco”
aguardamos hasta la salida de nuestra armada: “Los Cerrillos”.
El puesto, las cosas
como son, exigía precisión a la hora de la entrada de las reses
porque el tiradero y sus circunstancias limitaban mucho el posible
lance. Y tanto es así que ví entrar algunas ciervas sin casi opción
a encararse el rifle dado el sitio por el que entraban y el camino
por el que continuaban su rastro hasta perderse de nuestra vista.
Nos entraron bastantes
reses, cierto, pero todo muy pequeño. Varetos y varias ciervas
prácticamente gabatas que convertían en un sinsentido apuntarles.
Mejor dejar la caza que hoy es pequeña y mañana será grande...
Muchos tiros en todo
nuestro entorno. Desde nuestro puesto incluso veíamos montear otras
posturas de otras armadas a lo lejos y cómo las rehalas iban cazando
la mancha. Pero todo a lo lejos, con el paisaje de Baños de la
Encina dejándose ver al fondo, como poniendo un límite al infinito
y haciéndote reconocer el sitio en que te encontrabas aquella
mañana. Y a la derecha, coronando un cerro se erigía la blanca
plaza de tientas, donde en la soledad de Sierra Morena los Ortega
tientan su ganado veragüeno al llegar la primavera. Hasta el momento
algo insólito para mí en una montería.
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Plaza de tientas de Los Monasterios. Ganadería de los Herederos de Jacinto Ortega |
No tiramos en toda la
mañana. El tiempo se portó, y al fin y al cabo disfrutamos, que de
eso se trata cuando se va de montería.
Al término tuvimos
conocimiento de varios monteros que vivieron momentos de tensión
debido a que varios novillos se escaparon, adentrándose en la mancha
y llegaron a sus puestos, provocando situaciones complicadas.
Desgraciado incidente que sin duda empañó la montería.