Días atrás nuestro callejero incorporó oficialmente una vía
dedicada a la abogacía jiennense y más exactamente a quienes ejercen de oficio.
Caso de un servidor. Quedaba saldada una promesa pendiente que se venía
resistiendo como era cumplir la petición que en su día, siendo Decano Francisco
Javier Carazo Carazo, se formuló desde la institución colegial de dedicar al
abogado de oficio una calle en nuestra capital a imagen y semejanza de las
muchas que ya existían a lo largo de toda la geografía nacional.
Ha querido el destino que precisamente haya sido un
abogado, Javier Márquez, quien como alcalde presidiera este acto tan importante
para un amplio sector de nuestro colectivo profesional por el reconocimiento
social que supone. Y lo tengo que decir, o más bien lamentar, que resultó
ciertamente triste que apenas un puñado de letrados del turno nos diéramos allí
cita para presenciar un acto que no volverá a repetirse y para arroparnos a
nosotros mismos, sintiéndonos verdaderamente orgullosos por ver que socialmente
se nos valora en nuestra ciudad.
Un mínimo
estímulo a tantos sinsabores, desvelos, esperas, complicaciones e injusticias.
Porque un mismo procedimiento no sabe igual -económicamente- según la región
donde el abogado tenga ocasión de ejercer de oficio. O el pago por el servicio
realizado -exactamente igual que si fuera de libre designación- puede ir al día
o arrastrar un vergonzoso retraso según la administración de la que dependa,
tal y como por ejemplo está sucediendo hoy día en Aragón. Y eso es una realidad
tan grande como la Monumental de México.
Y casualidades – o no-
de la vida, la calle estrenada viene a bautizar la vía donde se encuentra el
inmenso solar que lleva largo tiempo durmiendo el sueño de los justos. Aquel
predestinado desde tiempo inmemorial a ser la Ciudad de la Justicia que esta
capital no tiene y que presenta exactamente el mismo aspecto de cuando
bajábamos y subíamos de la UJA en primero de carrera y al pasar por allí un
compañero de un pueblo nos preguntó qué eran esos grandes huecos que se
apreciaban desde la superficie, y yo lejos de decirle que se trataba de restos
arqueológicos, no se me ocurrió mejor cosa que contestarle que aquello eran
moldes para hacer flanes gigantes.
Publicado hoy en el Diario Viva Jaén.
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