
Allí donde se pone el límite y se
traza la línea divisoria, real y contundente, que separa dos realidades que
comparten un mismo territorio sobre el mapa. Con las primeras horas del día,
cuando el ritmo frenético que marcan mis zapatillas de correr contrasta con el
deambular casi imposible de las porteadoras, cargando sobre su espalda una
mercancía aunque la vida en ello se les vaya a cambio de unos poquitos dírham.
O de noche, cuando la luna se refleja sobre el mar expandiendo su luz
hacia las casitas de los dos pueblos de Marruecos que se anteponen en mi vista,
intuyendo por dónde cae el camino hacia Tetuán. Llego hasta la frontera del
Tarajal, me detengo y durante segundos alzo la mirada hacia esa barriada
multicolor, que parece emerger de la propia tierra. Como si me despidiera hasta
la próxima vez, de un lugar que precisamente sólo conozco de refilón porque
nunca he llegado hasta sus calles.
Un
mundo que a muchos de ustedes cada martes les puede parecer pura ficción.
Imaginado y fantasioso, teniendo como escenario una ciudad sobre la que pesan
mil suposiciones y etiquetas todas ellas negativas. Para mí, la mitad de mi
identidad. Y por eso veo con los ojos de un
“caballa” cada secuencia de la serie “El Príncipe”.
No sólo por continuamente tratar de reconocer lugares y rincones que me
resultan cotidianos. También por dudar, cada vez más, si realmente el argumento
de la serie favorece o no a una ciudad que desde la península tristemente es
conocida por ser la puerta de entrada a Europa de la inmigración ilegal – con
todo su drama encima- , parte de la ruta del narcotráfico del Estrecho de
Gibraltar y un foco altísimo de reclutamiento para el yihadismo. Todo eso,
sumado y bien mezclado, conforma un filón del que han sabido aprovecharse los
guionistas de la serie y la audiencia le da la razón cada semana de forma contundente.
Pero Ceuta no es sólo el barrio del Príncipe Alfonso. Es mucho más que
todo eso, y trato de compartir con amigos la oportunidad de descubrir mi otra
ciudad. Lo lamentable viene al comprobar cómo en algunos casos la ficción ha
deformado su imagen, espantando y acomplejando a posibles turistas que ya de
por sí no lo tienen fácil por el precio del billete que ofertan las navieras
para cruzar el Estrecho.
Publicado hoy en el Diario Viva Jaén
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