Días atrás leía en el portal
Mundotoro.com una noticia de esas que te dejan reflexionando en torno al límite
que puede alcanzar la estupidez humana desde el perímetro que da de sí un
Ayuntamiento.
En Tarragona, una normativa que entrará en
vigor a partir de enero, quiere barrer de todo escaparate que se precie
cualquier figura en miniatura (lo que viene siendo un souvenir) taurina o
flamenca. Y en el mismo saco otros objetos turísticos, todo ello bordeando el
riesgo de que le caigan al comerciante hasta cuatrocientos euros de multa.
Y para ello se amparan, supuestamente, en
procurar mejorar la salubridad, la movilidad y la estética. Digan lo que digan,
y lo disfracen como lo quieran disfrazar, esto no deja de ser una nueva muestra
del odio hacia lo español, alargando además la persecución hacia los
comerciantes que ya de por sí tienen bastante con que se les examine el rótulo
de su negocio, por si está en catalán o no.
A
uno le da por pensar si tal vez estos políticos no han viajado lo
suficiente más allá de sus fronteras. Porque a poco, por ejemplo, que se visite
Mérida, que es tan romana como la vieja Tarraco, las espadas y armaduras de los
romanos cuelgan de los escaparates de las tiendas sin que moleste lo más mínimo
ni a la vista ni al tránsito del turista. ¡Y no pasa nada!
Y a poco que uno se deje caer por el
aeropuerto de Santiago de Compostela, ciudad donde lo taurómaco brilla por su
ausencia, no es difícil encontrarse igualmente con souvenirs taurinos.¡Y no
pasa nada!
Gestos así, vistos desde la distancia, me hacen sumar más argumentos
para desmotivarme a la hora de pasar por una tierra, que conozco y donde tengo
buenos amigos, sí, pero donde me siento menos libre que en cualquier otro
rincón de España desde que hace cuatro años su Parlamento prohibiera la Fiesta
de los toros. Y como lo digo lo siento.
Con inventos de este tipo me cuestiono si a
esos políticos los han votado para eso: para gobernar prohibiendo.
Publicado hoy en el Diario Viva Jaén
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