
Lo conseguido por el Athletic de Bilbao me reconcilia con el fútbol como deporte. Acostumbrados a ver el anuncio de fichajes pagados con cantidades estratosféricas para traer a futbolistas de nombres y apellidos impronunciables, y procedencia transpirenaica o trasnoceánica, y traducir todo en cifras, cifras y cifras económicas...uno no termina de saber donde acaba el límite de lo deportivo y comienza el poder del negocio.
Por eso, el triunfo del Athletic me alegra. Porque se consigue siendo fieles a sus orígenes y espíritu: sólo futbolistas de la geografía vasca. Sea terrestre o humana. La cantera. Los de Vizcaya y provincias limítrofes. Un caso único en la élite del fútbol. Una rareza. Una excepción con más de cien años de fútbol a cuestas sin descender de categoría.
Y me alegro por todos mis amigos vascos, pero más aún por Juanma, Manu Cózar o Chus. Aquellos que en tierras del Santo Reino sienten los colores rojiblancos de San Mamés, quienes desde tiempo inmemorial tuvieron que explicar el por qué eran seguidores de ese equipo y que ahora en la soledad del salón de su casa el fútbol les premia con la satisfacción de ver triunfar con toda justicia a su Athelic.
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