Prácticamente no me dí cuenta del pistoletazo,cuando por inercia y obligación arranqué a correr como uno más de los siete mil locos que, apretujados como sardinas, esperábamos impacientes en la salida.
La semana había sido muy dura por contratiempos familiares que surgieron y a uno lo dejaron descolocado. Por eso la espera hasta el viernes se hizo larga, y romper a correr a las ocho de la noche era un momento esperado a contrarreloj para descargar muchas sensaciones contenidas.
El miércoles lo dejaba escrito en mi columna del Viva Jaén: es la noche de San Antón una fecha marcada en el calandario de nuestra ciudad. Mucho tiene que ver en ello esta carrera que, sin duda, se ha convertido en el tiempo en una de las mejores cosas que tenemos en Jaén. En todos los sentidos.
Sentir que el Gran Eje es tuyo. Volver a pasar por la puerta de los Maristas corriendo más rápido aún que aquellos días en que las sábanas de atrapaban antes de ir a clase. Dejarte las piernas en la empinada Avenida de Madrid, serpentear San iIldefonso subiendo como novedad Portillo de San Jerónimo girando - inevitablemente en mi caso- la vista hacia el Coso de La Alameda que entre obras aguarda la próxima temporada.
Llegar hasta los Escuderos y romperte a ti mismo, poniendo tu paciencia y resistencia a prueba para luego a partir de la Carrera de Jesús afrontar con optimismo lo que queda. Y es entonces cuando te convences que llega el momento de dejarte llevar y disfrutar plenamente de la carrera justo cuando llegas a la Plaza de Santa María y la obra de Vandelvira resplandece con su luz...
Los ánimos de Cózar al bajar Bernabé Soriano. El olor a panceta que desprendía la esquina del Venecia justo cuando las primeras gotas de agua comenzaban a surgir al pasar por el barrio donde trabajo, anunciando la que nos iba a caer encima.
Granizos en Santa Isabel, donde tres veces a punto estuve de irme al suelo: una por resbalar...yendo a parar contra un Citroen. Otra, por una corredora que se frenó justo delante mía y contra la que me estampé. Y la última por meter el pie en un agujero en mitad de la calzada que bien me hubiera costado un esguince y a punto estuvo de mandarme al suelo. Parecía volar.
Especial, como siempre, correr por mi calle y recordar cuando era un niño de cuatro años que al paso de la San Antón por su casa se metía en la carrera llevando en el pecho una cuartilla arrancada del archivador del cole, prendida con un imperdible, y en él un número cualquiera a modo de dorsal.
La rodilla se resintió al final de lo que ahora es la calle Sefarad -moderneces- y siempre fue García Rebull. Como si me hubieran pegado una pedrada o un mordisco. Sentía que poco a poco, la rodilla me abandonaba, pero me aferré a la leyenda de Padilla que dice que "el sufrimiento forma parte de la gloria" y a pesar de ese inoportuno dolor, los granizos y el cansancio, me tiré de lleno a completar el Gran Eje entero.Y lo conseguí.
Tercera San Antón que corro. Tercer año seguido, precisamente después de que una becerra me fracturase la pierna izquierda hace cuatro años y a punto estuve de no poder volver a correr más. Aquel año viendo a mi hermano correr, con mi pierna recuperándose, veía difícil que yo pudiera correrla alguna vez.
Me equivoqué de lleno. A la vista está que si se quiere, se puede. Y también que quien la corre repite y se engancha para siempre. Así me ha ocurrido a mí.
Y sorprendentemente -porque no me obsesionaba- veo en la clasificación general que este año he logrado cinco minutos menos en mi resultado de meta respecto al anterior. Aún no me lo puedo creer.
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